Cuando imaginamos el progreso de una nación, pensamos en grandes reformas, corporativos colosales o megaproyectos. Pero el verdadero músculo económico de México no está en las torres de concreto, sino en las calles: en la tiendita de la esquina, en el taller familiar, en la fonda donde se sirve con el alma.
Las mipymes —que representan el 99.8% de las unidades económicas del país— aportan más del 50% del PIB y generan 6 de cada 10 empleos formales. Son la espina dorsal de nuestra economía. Detrás de cada cifra hay nombres, manos trabajadoras, historias de valentía silenciosa.
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Sin embargo, muchas aún sobreviven en la informalidad. El 75% de las microempresas no están registradas, lo que limita su acceso a crédito, tecnología y seguridad social. Pero siguen firmes. No solo venden productos: sostienen sueños, familias y comunidad.
Pienso en doña Lupita, que durante la pandemia convirtió su cocina en comedor comunitario sin pedir nada a cambio. O en don Ernesto que, tras perder su empleo a los 60 años, levantó una papelería con sus ahorros y hoy da empleo a dos jóvenes de la colonia. No están en las noticias, pero son héroes reales.
Y también en don Rubén, un panadero de Oaxaca que, tras los sismos de 2017, perdió su horno y parte de su casa, pero no su esperanza. Con ayuda de su comunidad, reconstruyó su panadería en tres meses y ofrecía pan gratis a quienes no podían pagarlo. Decía: “Mientras tenga manos, habrá pan”.
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Estos emprendedores conquistan dignidad a diario, en silencio, sin reflectores.
¿Qué necesita este México que sí madruga, que sí lucha, que sí cumple? Necesita un entorno que lo libere, no que lo castigue:
- Trámites sencillos, no castigos disfrazados de requisitos
- Formación accesible en gestión y liderazgo
- Financiamiento con rostro humano
- Acceso real a herramientas digitales
- Representación que los escuche y los defienda
La verdadera transformación comienza en lo local. Si queremos un país fuerte, empecemos por fortalecer a quienes ya lo están construyendo desde abajo.
Nuestros pequeños negocios ya tienen alas. Solo falta que les abramos el cielo.