De Madrid a México: un puente con retorno próspero

La semana pasada estuve en la Cámara de Comercio de España, participando en una serie de reuniones diplomáticas y de negocios que resultaron muy reveladoras. Y es que a veces hay que salir del país para darse cuenta de cuántas cosas hacemos bien… y de cuántas podríamos hacer mejor. Esta vez, con la Fitur 2026 a la vista y México como País Socio, no hablamos solo de turismo, sino de cómo convertir la cultura compartida en un puente comercial más robusto que nos beneficie en ambos sentidos.

Me ayudaré de los números para aterrizarlo. Veamos: España mantiene una inversión activa en México que superó ya los 3,300 millones de euros el año pasado. Tiene más de 2,000 empresas operando aquí. Y si cruzamos el Atlántico en la otra dirección, también encontramos mexicanos haciendo negocios con talento y visión tanto en Madrid como en Barcelona, en Sevilla y otros puntos de la península ibérica. Esto demuestra que nos sobran el empuje y las ideas; lo que hace falta es un sistema que no lo vuelva una travesía burocrática.

Ahora bien, el Tratado de Libre Comercio entre México y la Unión Europea ofrece una plataforma extraordinaria: arancel cero para muchos productos. Pero al intentar llevar una botella de mezcal o una caja de café artesanal desde Oaxaca hasta una tienda en Madrid, empieza la carrera de obstáculos, pues nos topamos con certificados duplicados, controles poco claros, retrasos que nadie explica. Para un empresario mexicano con ganas de exportar —que no siempre tiene una oficina en Bruselas o un abogado fiscal en Bilbao—, cada trámite puede costar mucho más que el envío.

Mientras tanto, del otro lado del océano, las cosas parecen fluir distinto. Por ejemplo, me ha tocado escuchar la experiencia directa de los involucrados en una muestra profesional de vinos aragoneses en México —un roadshow que pasó por Ciudad de México, Guadalajara y Monterrey, organizado por Aragón Exterior—, en el que participaron seis bodegas de denominaciones como Somontano, Cariñena y Calatayud. La iniciativa reunió a 130 compradores, importadores y críticos mexicanos, lo cual demuestra que una estrategia bien orquestada puede abrirle paso a productos catalogados y competitivos, con exportaciones que en 2024 superaron los cuatro millones de euros solo hacia nuestro país.

Por eso pienso que la Fitur 2026 no debería ser solo una gran vitrina turística. Tenemos la oportunidad de cruzar el charco con un modelo que funcione para quienes quieren exportar sin andar a ciegas. Imagino un pabellón donde, además de mostrar destinos, ofrezcamos rutas para que un producto mexicano pueda llegar a España sin naufragar en el fastidioso papeleo. Una ventanilla ágil —puede ser incluso un piloto— donde se simplifiquen pasos, se digitalicen los procesos y se aproveche el TLCUEM en serio, en la práctica.

También podríamos aprender de los modelos europeos de trazabilidad y control logístico. Si los españoles van a presumir su eficiencia, que lo hagan con nosotros como socios. Hay espacio para la colaboración tecnológica: blockchain para exportaciones agrícolas, automatización aduanera, etiquetado inteligente. No todo tiene que ser artesanía y folklore, también podemos aprovechar para mostrar nuestro músculo industrial.

Y claro, lo cultural sigue siendo nuestro mejor aliado. La gastronomía mexicana vive un momento privilegiado en España. Hay más de 2,000 restaurantes mexicanos registrados allá —sí, muchos con margaritas fluorescentes y otros con mole legítimo—, pero en todos hay demanda. Lo mismo con las artesanías, el diseño, los destilados. Falta que eso cruce el Atlántico con el respaldo institucional y una visión a largo plazo; si para eso hay que aclarar las reglas, es momento de hacerlo.

A estas alturas, México no puede seguir viendo a la Fitur como una fiesta de color. Hay que aprovechar la gran plataforma que es para hacer negocios serios, para afianzar relaciones que ya existen y que podrían ser mucho más rentables si tuviéramos un ecosistema logístico menos enredado. Tenemos talento de sobra y productos codiciables, hay mercado. Solo falta que el sistema deje de ser un obstáculo.

Queremos que cuando el turista compre una botella de mezcal en Madrid, detrás del hecho haya una cadena productiva funcional, una ley que lo respalde y un productor que no haya tenido que empeñar la nómina y la hipoteca para exportar una caja.

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