El T-MEC, o USMCA para Estados Unidos y CUSMA en Canadá, no es solo un tratado comercial, es una plataforma estratégica que sostiene gran parte de la economía mexicana. Sustituyendo al viejo TLCAN, su entrada en vigor en 2020 marcó un rediseño del juego económico en América del Norte. Con 34 capítulos —doce más que su antecesor—, el acuerdo representa una de las zonas de libre comercio más poderosas del planeta. Pero como todo acuerdo, su impacto depende más de cómo lo aprovecha cada país que de lo que dice el papel.
El T-MEC no es magia. Es una herramienta. Y como toda herramienta, puede construir… o destruir si se usa mal.
Desde su origen, México ha tenido avances innegables. Las exportaciones crecieron, sobre todo en sectores como automotriz, agroindustrial y manufacturero. Se estima que 5 a 6 millones de empleos formales están ligados directa o indirectamente al tratado. Eso representa alrededor del 20% del empleo formal del país. De ese total, 15% pertenece al sector terciario, clave para generar flujo fiscal inmediato vía IVA y servicios relacionados al comercio internacional.
Presionar a este sector sin una estrategia clara es como dispararse en el pie y seguir corriendo un maratón económico.
México incluso superó a China como principal socio comercial de EUA en 2023. Entre enero y abril de 2025, el comercio bilateral alcanzó los 285,000 millones de dólares. Más aún, 36,000 empresas con capital T-MEC operan hoy en México. Este es un pilar económico real, tangible, con beneficios presentes, no promesas futuras. No se trata de esperar el “milagro mexicano”, este ya ocurrió… el reto es no deshacerlo.
Sin embargo, hay señales de alerta. El modelo de competitividad mexicana en el T-MEC ha descansado parcialmente en la importación de insumos de terceros países —principalmente asiáticos— que, tras ser transformados, cumplían las reglas de origen del acuerdo. Hoy, hay presiones internas para limitar esas importaciones. Esto, mal entendido o mal ejecutado, podría reducir nuestra competitividad, elevar costos y empujar a EUA a mirar de nuevo hacia Asia como proveedor estratégico.
Siempre he sugerido que cuidemos el motor que ya está encendido antes de intentar rediseñar la máquina con el auto en marcha.
Más aún, el PIB mexicano no ha crecido al ritmo que debería. Se mantiene entre el 2% y 3% anual en promedio desde 1994. Para un país joven, lleno de desigualdad y brechas regionales, eso no es suficiente. La clave está en fortalecer infraestructura, elevar productividad, impulsar mipymes y, sobre todo, dejar de pensar que el comercio exterior es el enemigo.
El T-MEC no será la palanca de transformación si seguimos viéndolo como amenaza. Será lo que decidamos que sea: trampolín o trampa. El tiempo aún está de nuestro lado… por ahora.